viernes, 28 de mayo de 2010

La Chica

Los pasos de la chica resonaban con un eco triste por las callejuelas nocturnas de la Ciudad. En un pausado caminar, evitaba los eventuales círculos de luz amarillenta que proyectaban las farolas que aún no habían sido fundidas por las bandas de jóvenes gamberros que últimamente habían hecho acto de presencia en el Barrio.

La chica seguía avanzando sin rumbo fijo, con la cabeza gacha, las blancas manos agarradas entre ellas a la espalda. No emitía sonido alguno; su respiración se acompasaba a los pasos. Se envolvía en un triste silencio, protegiéndose, arropándose.

De vez en cuando, una lágrima escapaba de su ojo, recorría con parsimonia su mejilla y acababa en la comisura de sus labios. El sabor salado inundaba su boca.

De pronto, un sonido rasgó la calma de la noche. Una guitarra cantaba armoniosamente desde la oscuridad de un edificio abandonado. La acompañaba una voz masculina. La voz se presentaba solitaria. Triste, también. La oscuridad exterior, sin embargo, parecía no afectarle, creando la voz misma un halo de luz invisible que envolvía suavemente los límites del edificio.

La chica se detuvo en el lugar desde el que oía la voz. Quedó atrapada por las notas de la guitarra. Los acordes le hacían promesas de una situación mejor, de una vida repleta de felicidad. Por encima de todo, promesas de amor.

Casi involuntaria mente, los pies de la chica tomaron la dirección hacia la casa. El corazón le latía con más fuerza cuanto más se acercaba al lugar desde el que provenía la voz. Poco después, se encontró ante la fachada del edificio; un antiguo Ayuntamiento, de la época en la que el Barrio no había sido engullido aún por los límites de Alopecta.

Su mano temblando, la dirigió hacia la puerta. Con un chirriante ruido de bisagras, abrió la puerta.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Aquí estoy yo mismo

Estoy intentando -de verdad- esto de volver a escribir -y qué raro, también de verdad, que coincida con la época de exámenes-. La verdad es que aún me encuentro un tanto atontado en relación al tema, diversos problemas, tanto personales externos como internos me han quitado las ganas de sentarme ante el ordenador y dejar que mis dedos se deslicen sobre el teclado para acabar escribiendo truños tan grandes como los que tengo en mente -y son grandes. Mucho-.

De todas formas, y como soy cabezón -literal y figuradamente-, aquí estoy, junto a mi amigo Dómine C., a la cabeza de este periódico mental que he decidido crear. Espero que dure mucho, que ya me conozco yo cómo se me dan estas cosas.

Y para no dejar a quien me lea con la miel en los labios, aquí copypasteo un... llamémosle "experimento" que perpetré con diurnidad y alevosía en cinco minutos en los ordenadores de la universidad.

La La La

La La La Berinto de emociones sesgadas de la consciencia ininterrumpida.
Tu Tu Tu Ristas ruidosos en el corazón enamorado. De los mil miles mil-liones de ojos hermosos que observan pasivos.
Me Me Me Cenas de arte insulso y vacío. De vida cristalina. Frágil.
Fri Fri Frí O palpitar de vehículos insomnes. Las venas de la ciudad se resienten.
Gor Gor Gor Jeo de garganta ahogada. Fluye, eterno. Se condensa en el Infierno.
P.D.: Perdón por el escape de pinza. En serio, sólo es un experimento.

lunes, 24 de mayo de 2010

Bienvenidos a Alopecta


Alopecta se yergue. Altiva. Fría. Dura.

Observa.

Me siento en la azotea. Alopecta me acompaña. Sus calles. Su olor. Su gente.

Noto la fresca brisa nocturna acariciándome el rostro. Cierro los ojos. Me dejo mecer por el susurro del viento. Sonrío.

Me levanto trabajosamente. Un grito femenino emerge desde el fondo del callejón. Prefiero no asomarme.

Me doy la vuelta. Vuelvo a la calle. Alopecta me acompaña. Sus farolas. Sus aceras.

Cruzo una calle. Doblo una esquina. Salto a un mendigo. Varios metros más allá, un grupo de jóvenes se pelea en mitad de un corro. Un coche de policía se dirige allí a dispersar a la multitud. Alopecta ruge en las sirenas del coche.

Me enfundo en mi gabardina. Sigo caminando. Una pareja embriagada de amor se tambalea de farola en farola, de portal en portal. Un niño solitario encuentra una moneda en el suelo. Alopecta tintinea en la manita del niño.

Se hace tarde. Me fundo con la oscuridad. Me fundo con Alopecta.

Bienvenidos a mi ciudad.